«Hay quien se gasta hasta 9.000 euros al mes en un servicio exclusivo de ayuda a domicilio. Son 24 horas, día y noche, con una persona a su disposición, y eso tampoco se hace en una residencia de mayores», revela Marta Blanco, la administrativa de Galáurea, empresa pontevedresa que lleva casi dos décadas «dedicados a ayudar a las familias facilitando la permanencia en su hogar y en su entorno habitual».
Esa cifra es, sin embargo, una excepción en un abanico de precios ajustados a la atención «personalizada» que se ofrece a cada usuario según su su situación de dependencia, que se establece desde un inicio mediante un asesoramiento minucioso, y que no se ciñe solo a personas mayores, sino también a familias desestructuradas o con menores a cargo.
«Ayudamos a que la vida de las personas en su casa sea lo más normalizada posible», para que con estos recursos cuenten con la atención necesaria sin tener que abandonar su hogar camino de un residencia de mayores, «que cuestan un mínimo de 2.500 o 3.000 euros» mensuales.
Galáurea está incluida en el Ruepss, el Rexistro Único de Entidades Prestadoras de Servizos Sociais, que «recolle a información referida ás Entidades que desenvolven programas ou son titulares ou xestoras de centros ou programas de servizos sociais» en los ámbitos de mayores, discapacidad, igualdad, infancia, menores, familia, inclusión y servicios comunitarios, explica la Xunta.
Por eso esta empresa no solo trabaja a nivel particular, sino también con organismos de la Xunta, de Servizo de Axuda no Fogar (SAF) y con programas de ayuntamientos y diputaciones.
Blanco explica que no tienen un perfil de usuario establecido, pero que buena parte de ello son personas mayores cuyos hijos «viven fuera» y no pueden prestarle la atención necesaria, pero que tampoco pueden permitirse sufragar el elevado coste de una residencia. «¿Quién tiene ese dinero?«, pregunta. «¿Quién tiene una pensión así de por vida?». Y en el futuro, apunta, «será peor«, por la precarización de los contratos de trabajo, «porque hay gente que ni siquiera está cotizando» y las pensiones dentro de unas décadas serán una incógnita.
De este modo, el servicio de atención a domicilio siempre «va a ser más barato, evidentemente», que una residencia, salvo excepciones como la mencionada al principio, esa opción de atención las 24 horas que también sería inviable en un centro. «Además —apunta—, en el futuro tampoco habrá recursos para pagar las residencias», no solo por parte de los propios mayores o de sus familias, sino también de la Xunta de Galicia, que financia las plazas públicas y un buen porcentaje de las concertadas en centros privados, lo que es «una barbaridad, al menos unos 1.500 al mes por cada usuario». A eso, añade, hay que sumarle la disposición de las personas mayores a dejar su hogar para trasladarse a una residencia que difícilmente va ser como estar en casa.
Por eso, señala Marta Blanco, la solución será buscar «un equilibrio» entre continuar viviendo en el propio domicilio y contar con el apoyo de empresas personalizadas para «ayudar en los momentos más delicados», empresas que, sin embargo, también se están encontrado con «grandes dificultades para encontrar personal». Además, apunta, «siempre ha habido más predisposición» para elegir la ayuda a domicilio que para irse a vivir a una residencia. «En Galicia queremos estar en nuestra casa. Si tenemos familia con nosotros en casa, ¿para qué queremos irnos?».
Esta idisiosincrasia se dejó notar, más si cabe, a raíz de la pandemia, añade. «Tenemos muchísima gente, clientes, que estaban en una residencia y que se volvieron a casa, sobre todo después del covid», aprovechando, eso sí, las ayudas de respiro familiar para las personas cuidadoras. «Es una mejor calidad de vida. Hay infinidad de casos y circunstancias».
Otra de las empresas de la ciudad que prestan este servicio es Idades, adjudicataria del SAF del Concello de Pontevedra hasta mayo de 2027. En su contrato figura la prestación de 154.600 horas al año a personas dependientes y la gestión de 250 dispositivos de teleasistencia. Presta servicios de asistencia personal, de ayuda doméstica y también de acompañamiento.
Escaso interés por el cohousing y la hipoteca inversa
En 2050 más del 30% de la población española superará los 65 años y la mayor parte vivirán solas. Para quienes deseen mantener la independencia en sus hogares pero con la compañía de otras personas de su misma generación existe el cohousing, un modelo de convivencia donde los residentes mantienen su autonomía y gestionan sus necesidades en conjunto en un espacio privado y seguro. Una «nueva manera de entender la vejez» que, de momento, no tiene mucho gancho en Pontevedra.
Actualmente hay un proyecto en marcha en Forxán (Sanxenxo), una cooperativa que prevé construir 69 apartamentos, de las que apenas un 15% están reservadas. El proyecto se llama Cohousing Con da Romaíña y está promovido por EcoHousing Salud.
Una vía de financiación, para propuestas como estas o para pagar la residencia, es la hipoteca inversa, pensada para mayores de 65 años con una vivienda en propiedad, pero que apenas se comercializa: el usuario constituye una hipoteca con una entidad financiera y recibe un porcentaje sobre el valor de su inmueble, pero a su fallecimiento el banco se queda con la casa.
Teleasistencia: compañía y seguridad con solo apretar un botón desde casa
Más allá del servicio de ayuda en el hogar, las personas mayores que viven solas en casa también disponen de otro sistema que les ayuda a evitar la soledad y, sobre todo, a poder pedir auxilio en caso de necesidad. Se trata de los dispositivos de teleasistencia, que en Pontevedra y comarca también gestiona Cruz Roja. Aunque actualmente la entidad no está autorizada a informar de la cifra de personas que cuentan con este sistema, hace apenas un año eran casi 400 en el municipio capitalino y más de 500 en toda la comarca. De hecho, hay quien lleva más de dos décadas contando con este servicio.
Cruz Roja instala en casa de cada usuario un terminal que cuenta con un potente altavoz y un micrófono de gran alcance. El aparato se sitúa en un punto del domicilio y el residente lleva encima, colgado al cuello o en forma de reloj, un botón rojo que funciona como un mando a distancia.
Cuando se encuentra mal puede pulsar este botón y, automáticamente, se comunica con la central de Cruz Roja en Galicia. Inmediatamente el operador ve en su ordenador de quién se trata y le pregunta qué le ocurrió.
Una vez comprobado, se avisa a las personas de contacto, que están registradas en una ficha y que deben tener las llaves del domicilio para auxiliar al usuario del modo más rápido posible. De ser necesario también acudiría un servicio sanitario de emergencia.
Asimismo, una vez al mes llaman a los usuarios para charlar con ellos, comprobar como están y, a modo de recordatorio, pedirles que pulsen el botón para que recuerden que cuentan con este dispositivo y que funciona correctamente. De este modo, no solo se palia la sensación de soledad, sino que aporta mayor tranquilidad a las familias.